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jueves, 14 de julio de 2011

Hoy corté una flor (y llovía llovía)

Esperando a mi amor (y llovía llovía)

La noche del miércoles 21 de febrero de 2007, en su programa
Los imprescindibles, TV UNAM transmitió un capítulo más de La Historia del Jazz. Esta vez, el tema fue la génesis del swing. Una delicia: Coleman Hawkins, Lester Young, Billie Holiday, Count Basie y sus Barones del Ritmo, Ella Fitzgerald.

Casi al final, antes de referirse al momento en que Hawkins entra al estudio para grabar la bellísima Body and Soul, pasan aquella legendaria escena en que toda la orquesta de Benny Goodman, apenas comenzado su concierto de 1938 en el Carnegie Hall, sufre un ataque de pánico y ejecuta la primera pieza sin el menor atisbo de swing.

El concierto comenzó con amenazas de fracaso, porque los músicos no se hallaban (Me sentía como prostituta en el templo, dijo más tarde alguno de ellos, al recordar un hecho: fue la primera incursión del swing en ese recinto). Pero el gran Gene Krupa, con un profundo sentido teatral, salvó la situación: llegado el momento propicio, Krupa aporreó su batería con toda el alma... y despertó así al público y a la misma orquesta.

Terminado el programa, me fui al Canal 22 para ver qué estaba sucediendo en el Zinco Jazz Club, desde donde se transmite un programa semanal, previamente grabado. Esta vez, me encontré con un grupo de músicos franceses que hacían ruido para una audiencia complaciente.

El público de todos los bares es por naturaleza complaciente, predispuesto a la diversión, rara vez dispuesto a exigir música. Eso sucede en todas partes, tampoco debo hacer un escándalo. Lo que pasa es que no me gusta que me den gato por liebre.

No vi el programa, sólo el final, así que sería injusto establecer un juicio definitorio. Sin embargo, después de escuchar a Coleman Hawkins y a Lester Young (¡en grabaciones de hace más de cincuenta años!), el oído y el espíritu ya no pueden regresar a ciertas expresiones artísticas (una extraña batucada con tambor, contrabajo y violín) en las que la música pasa a segundo plano y ya sólo importa fingir alegría sobre un ritmo tonto, carente de gracia alguna. Y mira, lector, que no venía de escuchar música supuestamente seria como para ponerme de exquisito, sino el swing, el swing, primo hermano (o tío) del mambo, qué rico mambo, música sensacional, para mover los pies, las piernas, la cintura, el swing de los años treinta. Claro, pasa que venía de escuchar swing y las siempre luminosas notas a pie de página de Wynton Marsalis. Cosas mundanas, pues.

Presurosa, la gente pasaba y corría...

En nuestra ciudad, viajar en taxi es relativamente barato. Yo pago entre 25 y 30 pesos si me llevan de la Escandón a la Fuente de Petróleos. Me parece un precio razonable, decente incluso, apenas diez veces más de lo que me cuesta hacer el mismo viaje en Metro. Soy capaz de pagar esa cantidad con tal de evitarme el tormento que significa escuchar en formato MP3 la música que ofrecen los piratas dueños del comercio en los vagones del tren: el álbum completo de la música grupera, la antología de cumbias y quebraditas, los 17 mil hits de Rock en tu Idioma o los grandes éxitos de Julieta Venegas, cantante con la que los estreñidos pueden dejar de usar supositorios de bisacodilo.

En el colmo de la desgracia, hay que escuchar las románticas de ayer y hoy, con Leonardo Favio incluido.

Y desierta quedó
la ciudad, pues llovía.

Devuélveme mis manitas

Entre una estación y la siguiente, algún pirata puede arrojarnos a todo volumen Devuélveme mis manitas, una de las historias contenidas en Reflexiones Volumen 5 de Mariano Osorio, donde el joven locutor de Stereo Joya narra el cuento del niño al que le amputan las manitas después de la golpiza que le propina su padre por haber rayado con marcador los asiento del coche nuevo. Y mientras nos vemos obligados a escuchar la trágica historia, un sordomudo coloca en nuestros regazos pequeñas bolsas de contenido vario: chicles Canels, un calendario diminuto con la imagen del Niño Jesús, una paleta sabor mango cubierta de chile piquín. Todo por cinco pesos.

I feel a draft, diría Lester Young


Pero en taxi las cosas no necesariamente son mejores. Puedo toparme con el infortunio de escuchar durante veinte minutos a alguno de los tantos retrasados mentales dueños del espectro radiofónico matutino (con ellos no pienso ser políticamente correcto), o a los nazis que cagan toda su mierda por el culo que tienen por boca (Nino Canún, Eduardo Ruiz Healy y Pedro Ferriz de Con, por citar a los más boquiflojos, los más turbios, los bigotes de la oligarquía).

Zappiencias

Frank Zappa escribió en alguna edición del Chicago Tribune, a finales de los setenta, que gran parte del periodismo musical (él se refería al rock, en particular) está hecho por personas que no saben escribir y que, sin embargo, garabatean artículos sobre personas que no saben hablar, para gente que no sabe leer.

Zappa no utiliza el verbo saber sino el verbo poder, pero el sentido es el mismo.

EPÍLOGO. Subido el texto anterior al viejo Blues de la Estufa Divina, el jueves 22 de febrero de 2007, la cynara-cardunculus-scolymusóloga María Martínez Marentes insertó el siguiente comentario de manera casi inmediata:

Regresando a la parte de viajar en Metro, se te olvido mencionar la fantástica música duranguense con exitos de Lupillo Rivera y de La Arrolladora. ¡Ah, y mi favorito! Capaz de la Sierra. Esto es lo unico que hace mi viaje en Metro más placentero (no se lo menciones a mi padre, hombre de buenos gustos musicales....más o menos).

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