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Ciudad de México, Mexico

martes, 14 de junio de 2011

Las voces interiores

Razones para entrar
en un proceso de Coaching 

¿Quién es el que anda ahí?

Como no sé si los niños mexicanos de hoy pueden responder inmediatamente a tal pregunta, se me ocurre hacer una prueba. Entro al Mega Mixcoac y me dirijo a la zona de frutas y verduras. Detecto inmediatamente la presencia de mi objeto de estudio: un niño. Me acerco al escuincle. Calculo su edad: doce años. Me inclino a la altura de su cabeza y digo con voz meliflua:

-¿Quién es el que anda ahí?

El enano gira su cabeza hacia todas partes, repentinamente pálido y visiblemente contrariado:

-¿Dónde, dónde, quién, qué pasa?, grita el chamaco; al mismo tiempo, su mano derecha alcanza una lata de leche condensada y la blande como arma potencial, para luego, en micras de segundo, tirarse al suelo con la destreza y la virilidad de Bruce Willis. Noto que marca su celular con dedos temblorosos. Me retiro espantado. No quiero ver el rostro de la madre cuando descubra a su angelito escondido bajo la góndola de las zanahorias en nerviosa actitud de veterano chechenio con ataques de pánico.

¿Será que los nuevos niños han desarrollado un práctico sentido de la autodefensa en caso de secuestro o conflagración mundial? No sé.

Mi generación, en cambio, tuvo una relación pavloviana con la pregunta del principio (¿quién es el que anda ahí?), a la que contestaba sin turbaciones ni dudas, pero con aspavientos desmedidos.

-¿Quién es el que anda ahí?, nos preguntaban los adultos, e inmediatamente saltábamos y movíamos los brazos, dejando en el ambiente dudas sobre nuestro coeficiente intelectual y nuestras futuras definiciones sexuales: ¡Es Cri-Cri, es Cri-Cri!

¡Quién me iba a decir que esa misma pregunta se transformaría en punto de partida de mi experiencia de Coaching! Después de cada sesión, salía con diferentes respuestas. ¿Quién es el que anda ahí? ¿Será mi madre? ¿Será mi padre? ¿Será Dios o mi ángel de la guarda? No es, definitivamente, el grillito cantor de Gabilondo Soler, aunque acaso se parezca al grillo que Carlo Collodi le asignó a Pinocho, y al que el muñeco de madera mata.

¡Sí, niños, Pinocho mata al grillo y luego, gracias a ese acto de liberación, se vuelve hombre de carne y hueso! No inmediatamente, por supuesto, porque en ese caso el autor hubiera sido acusado de promover la inmoralidad entre la infancia italiana. Sin embargo, el hecho es que la liberación del monigote Pinocho y su conversión en ser humano se da a través de un esfuerzo de aprendizaje que comienza en una cruenta revolución interior, en una guerra de independencia.

No es necesario, sin embargo, matar al Grillo Superyo (entiendo que es imposible); pero es imprescindible dialogar con él, pactar con él, volverlo un igual y arrancarle la dictadura del ser. Creo, por eso, que el Coaching es un buen camino de liberación, y la razón que encuentro para entrar en un proceso de esta naturaleza está, precisamente en el capítulo 4 del Pinocho original, donde las palabras del grillo pueden parecer, todavía en nuestros días, muy sensatas. Y ese el problema, que el Superyo habla con la bandera de la sensatez y siempre con un argumento difícil de desarticular: Lo que te digo lo digo por tu bien.

No, queridos niños, lo que nos dice el grillo Superyo es por su propio bien, es decir, por el bien del mismo Superyo, por su propia supervivencia. Sometámoslo a un escrutinio riguroso, mediante la práctica del Coaching. Veamos que esconde tras sus palabras.

Ya sé quién eres
(te he estado observando)

Me invento un estado de separación de mí mismo. Me divido en dos individuos: el que hace y el que observa al que hace. No me cuesta trabajo, porque esto lo he hecho desde la infancia. Pero en aquellos lejanos días, los resultados de mis exámenes psicométricos advertían: graves signos de esquizofrenia.

¡Te lo dije! –me dije- No debes contar de nosotros a la gente. Actúa como si fueras una sola persona, y verás que todos podremos vivir en paz.

El que pronunció esas palabras dentro de mí era, ahora lo sé, el más fuerte. Y tomó el poder, y nos condujo a todos por los caminos de la vida (admitamos que no lo hizo mal, pero lo hizo a latigazos, con regaños, con castigos, con prohibiciones, con exigencia de sacrificios muy dolorosos).

Cuatro décadas más tarde llega el Coaching y corre las cortinas, sube las persianas, abre las ventanas. ¿Qué pasa? ¡Que hay luz de día y que, de pronto, todo empieza a ventilarse!

Anoto lo que observo.

Entro al Superama de la Condesa (Michoacán y Ámsterdam), diminuto remanso cosmopolita donde la variedad de rostros, cuerpos y actitudes me tranquiliza y me recuerda que vivo en un puerto. Sí, la Ciudad de México es un puerto, una embarcadero de alegre garganta capaz de tragar diferencias y mundos distantes. Aquí, la exogamia es una práctica frecuente y una admisión casi general que nos fortalece y nos devuelve lo que el prejuicio nos arranca.

¿Y eso qué? ¿A qué viene la transcripción de un párrafo de mi diario? Viene a decir que hoy soy otra persona, es decir, una mejor persona. El párrafo fue escrito días después de mi primer proceso de Coaching, vivido entre septiembre y diciembre de 2005. Antes de entonces, el párrafo hubiera sido escrito con irritación y con dolor, con rabia, con rencor, con resentimiento. Así:

Entro a un Superama (todos son iguales). Salgo inmediatamente. No soporto a esta gente estrafalaria, cínicos apátridas; no soporto tanta dedicación a perros exóticos; me irrita la anorexia de sus hijas. Uno de estos días voy a arrebatar a una de esas escuálidas muchachitas su teléfono celular color de rosa. ¿Qué tanto hablan por teléfono, tontas? Y me enferman sus novios, metrosexuales de pacotilla. ¡esto es el Armagedón! Parejas de andróginos semidesnudos. Sus mismas mascotas son seres anormales.

Es probable que el Coaching no haya desmontado mi neurosis (máquina explosiva cuyos cables pelones se tocan cuando el camino es sinuoso), pero lo cierto es que me dio armas para desarrollar una actitud más flexible ante el mundo de afuera, ese mundo que parecía (digo parecía) estar dispuesto a dislocarme minuto a minuto. Si el Coaching fue a ratos doloroso y a ratos irritante, también tuvo la virtud de hacerme más liviano, menos aprensivo, más libre. Hoy creo entender mejor la diversidad, y cada vez me afecta menos aquello con lo que podría no estar de acuerdo. No es que no me importe (sigo creyendo en la necesidad de modificar la realidad, de cambiar las estructuras, de alterar el sistema, de romper ciertos esquemas de interrelación social), lo que digo es que ya no me quita el sueño saber que mi moral no es la ética del mundo. De hecho, descubro que he amueblado ciertas zonas de mis adentros con una dulce amoralidad, y que –aquí va lo mejor- ya no me invade la culpa cuando decido experimentar nuevas conductas y nuevos placeres.

Atribuyo este cambio de actitud al Coaching, porque así lo tengo registrado en mi último cuaderno de tapas de carey.

Querido Diario: Hoy pude divertirme sin deprimirme.

No te asustes, lector. Para la crónica de mis días también he cambiado: después de mi segundo Coaching, decidí escribir bitácoras y no diarios, y hacerlo con bolígrafo de tinta gel, en libretas Moleskine. Y tampoco te alarmes si este párrafo te suena a mofa o a parodia de los resultados de un Coaching. Lo que pasa es que también aprendí algo nuevo: a no tomar las cosas tan en serio. Además, bien pensado, los pequeños detalles son los que confirman mi mayor libertad de acción y que, gracias al Coaching, nos la estoy pasando muy bien conmigo mismo todos.

Mi coach es Cecilia García-Robles, fundadora del Proyecto Azul, la mejor opción de Coaching en México para el desarrollo personal y profesional.

Cecilia es coach certificada por New Venture West y ha sido entrenada como coach ontológico (whatever that means) en Newfield Network. Cuenta, además, con otra certificación, la que avala el NLP & Coaching Institute of California. Para colmo de asombros, cursó el Programa Internacional de Coaching de Equipos que ofrece la Escuela Europea de Coaching, y es Coach Asociada Certificada de la International Coach Federation.

Pero la superficie de Cecilia no acaba ahí, se extiende a otras disciplinas y otras actividades. Es, por ejemplo, una profunda conocedora del Eneagrama, interesante herramienta tipológica que, debidamente acotada, enriquece la reflexión y el análisis de la personalidad. Cantante, guitarrista y compositora, su biografía incluye agrupaciones musicales y teatrales, estudios de semiología y certificación como intérprete-traductora (en esta última zona, Cecilia cuenta con estudios avanzados en Técnicas de Aprendizaje y Creatividad en la Enseñanza de Idiomas, realizados en Norwich, Inglaterra).

Conozco a Cecilia desde hace, uf, veinte años. Creo conocerla un poco. Sin embargo, el Coaching me descubrió aspectos de su personalidad que no había observado detenidamente. Ahora lo hago.

¿Quién es Cecilia García-Robles?

En su voz –con su voz- (tono, volumen, ritmo), Cecilia se muestra como un ser humano mesurado. En su voz se comprueban y se iluminan otras de sus virtudes: nunca es altisonante ni afectada, siempre anda con la sabia ecuanimidad de quien ya tiene muchas horas de vuelo en la historia de sus propias emociones. Y no me refiero a la edad, porque ella es una mujer joven, sino a eso que Flaubert llamó L'art de presser la vie comme une orange bleue (está bien, está bien, no la busquen, la frase no es de Flaubert, es mía y de mi sobrino Jovic Preciado, y la escribo en francés porque estoy ensayando su pronunciación para cuando se presente la oportunidad de soltarla en medio de una cena romántica).

Volvamos a Cecilia.

¡Pero su voz no significa indolencia ni desidia, al contrario! Basta ver sus ojos para entender que hay en ella pasión, ardor, vehemencia.

Sus ojos son los de un niño en la feria de lo insólito y lo inaudito. Cecilia mira el mundo siempre sorprendida, con entusiasmo, y sus ojos acaban dándole a las cosas más pequeñas una dimensión universal. Si hubiera que dar imagen al sturm und drang de los alemanes, yo elegiría los ojos de Cecilia, definitivamente.

Sus oídos, siempre sus oídos. Escucha a las personas como se escucha un hermoso pasaje musical: con absoluta atención, con interés. Cuando hablo con ella, siento que no se conforma con seguir mis palabras, sino que las convierte en una sonata seguida incluso a través de la partitura. Es tal el grado de su interés en el otro, que cuando el otro no es un ególatra sino simplemente un egocéntrico, ese otro siente una extraña vergüenza dentro del placer que significa hablar de uno mismo: lo asalta el pudoroso deseo de esconderse.

Su levedad. No me refiero a esa flotación del alma que tanto atormenta a Tomás, el personaje de Kundera (de hecho, creo que Cecilia también sufre, como él, la levedad), sino a la que experimenta Alicia Lidell al entrar en la madriguera del conejo blanco y caer en el túnel profundo. ¡Eso es! Sú levedad no es la de la mariposa ni la de Cosimo Piovasco de Rondó (en El barón rampante, de Italo Calvino), sino la de quien –sintiéndose pecador- parece caer y hundirse en un abismo interminable, un espacio donde, sin embargo, la ley de la gravedad es contradictoria: Cecilia cae pero se mantiene suspendida. ¿Y por qué aprecio esta levedad suya, tan dramática? ¡Porque a fin de cuentas, a sabiendas o ignorantes, todos estamos cayendo, y Cecilia, consciente, has aprendido a flotar en la caída! Su levedad es, entonces, la misma que uno percibe en don Juan Matus, en Jesucristo y en William Munny (Unforgiven, de Clint Eastwood): es una levedad grave, trágica.

Hay dos momentos en los que Cecilia despliega sus alas en toda su magnitud: cuando se ve en la necesidad de dirigir, de conducir, de guiar; y cuando tiene la posibilidad de cuidar, de proteger, de curar. Cecilia es excelente guía, porque sabe escuchar, sabe mirar y sabe iluminar con sus opiniones y sus preguntas los lugares donde hay sombras (a principios del presente siglo, Octavio –su esposo- y yo conocimos La Habana conforme Cecilia fue abriéndola, desvelándola, inventándola).

Sin embargo, hay que advertir que este despliegue angelical lo alcanza siempre y cuando ella se sienta dentro de un ambiente de seguridad, intimista, sin personas ajenas a su mundo. Apenas aparece alguien que no se ha ganado su confianza y su aprecio, prefiere encerrarse, guardar silencio, hacerse a un lado. Ella es ella con los suyos. Con el resto de la gente, no tienes interés en abrirse.

Y puede mantenerse en ese estado con la elección cuidada de las personas que la rodean, evitando aceptar encuentros sorpresivos con el mundo exterior. ¡Ni modo, así es, así es! No está hecha para andar de sociable por el mundo, le incomoda mucho la cercanía de extraños. Esto no contradice su gusto por los viajes y las nuevas dimensiones: sucede, precisamente, que en ellos puede pasar (y pasear) de manera incógnita, vivir un tiempo en el absoluto anonimato, porque tiene garantizado un blindaje emocional para ver el mundo sin involucrarse con él.

Sin embargo, debo advertir que mi entusiasmo por el Coaching de Cecilia nada tiene que ver con nuestra amistad. Sí, es mi amiga –y esposa de mi mejor amigo-; pero ello en vez de descalificar mis palabras las vuelven más valiosas. Soy –como la mayoría- alguien a quien le cuesta trabajo dar crédito a los valores de sus amigos, y no por mezquindad sino por miopía. En el caso de Cecilia, mi recomendación de su Coaching tiene que ver con una necesidad personal: Este mundo no está funcionando bien, y yo no soy el único culpable ni puedo resolverlo solo. ¡Vayan a Coaching con Cecilia, hagan los ajustes necesarios en su vida... y ayúdenme a cambiar el mundo!

3 comentarios:

Ana isA dijo...

Que interesante Bagalú, la vida es muy diferente con el soporte del couching; en lo personal he aprendido a dejar pasar las críticas sin defenderme, justificarme o engancharme con ellas y sobretodo a tener conciencia de la responsabilidad en mis decisiones y sus consecuencias. Sabes si hay literatura mexicana al respecto?

Gracias por compartir tu experiencia, ha sido enriquecedor. besos!

Mamá-Z dijo...

Sí, Ana, y mucha. Te sugiero entrar al blog de Cecilia (www.elproyectoazul.com) y comunicarte con ella. Cecilia podría sugerirte algunas lecturas.

Ana isA dijo...

Gracias por la recomendación, te sigo leyendo eh!