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sábado, 14 de mayo de 2011

La música es un gesto heroico

Texto escrito el 18 de diciembre de 2005

El barco se zambullía como un pato, pero la banda seguía allí. Creo que todos se hundieron. Fue algo noble. Yo quedé flotando en mi salvavidas y todavía escuchaba Autumn. No puedo imaginarme cómo lo hicieron. Harold Bride, telegrafista sobreviviente del Titánic.

Somos una mascarada. Toda pretensión de voluntad esconde la patética realidad del cosmos entero, y esa realidad es ni más ni menos que el absurdo de su propia existencia. La libertad es, entonces, un disfraz que nos ponemos para no tener que enfrentar la única posibilidad real de practicarla: la muerte asumida.

Quitarse la vida, arrancarla de tajo, es el único estallido de libertad que puede generar nuestra conciencia: negar el ser, dejando de ser. Y en este estallido de libertad caben, incluso, los suicidios de la bancarrota, de la desilusión amorosa, de la enfermedad terminal, de la vergüenza pública y de la conclusión filosófica: los seres humanos sabemos que, a fin de cuentas, queda siempre el recurso de la huída del ser, palanca fatal, la única con la que contamos, si las cosas se ponen difíciles. El suicidio es nuestro deus ex máchina, el único y verdadero acto libertario.

Porque el ser no es una elección,
es un accidente.

¿Y por qué, entonces, no nos matamos? ¿Por qué la mayoría seguimos en esto? Hay dos respuestas, ambas válidas:

Porque somos unos cínicos. Decimos: Bueno, ya estamos aquí, no hay salvación, el barco se hundirá en cualquier momento; pero no hay que pensar en ello. Mientras sucede lo que ha de suceder, veamos cuántas botellas quedan en la bodega… ¡y saquémoslas a cubierta, poco a poco! De hecho, nos da tiempo de hacer el amor y de tener hijos. ¿Por qué procrear? Porque no vaya a ser la de malas que estemos equivocados, y que mañana todo se aclare. Finjamos que hay cosas importantes que hacer en la vida. No faltará el tipo sensible que dedique su días a la belleza. El arte siempre se agradece: da a la vida cierto aroma de eternidad, cierta gravedad, mucha espiritualidad.

En este caso, propongo que escribamos una canción que utilice la tesis cual estribillo, y que sea Julie Andrews la que interprete, apoyada por una buena orquesta, este himno a la vida (si es que podemos rejuvenecerla hasta la época de The Sound of music). Y mientras canta, que Julie sonría con la cara al viento, que corra por la verde colina, con los brazos extendidos, que brinque sobre la yerba: ¡Porque siempre, siempre, siempre… hay una esperanza!

Démosle nombre al todo (al cosmos entero): no hay plan, proyecto o cálculo; todo está fríamente fuera de control. Sin embargo, tenemos maneras de pasar el mal trago. Muchos se inventan un dios, varios nos inventamos el amor, unos cuantos inventamos la percepción de la belleza.Todos somos como Pessoa, el poeta: Deseo ser un creador de mitos, que es el misterio más alto que puede obrar alguien en la humanidad.

Escuchar música (¡pero de veras música!) es presenciar un gesto heroico, ser testigo de un mito que renace, brota, se hace presente y vuelve a morir, para hundirse en el silencio. Cuando ya no hay palabras, cuando ya no hay danzas, cuando ya no hay barco que nos sostenga, la música sigue ahí.


El Titánic llevaba a bordo un quinteto de cuerdas (y tres músicos más, que tocaban a la entrada del restaurante). Tras la colisión del crucero con el iceberg, los músicos se reunieron en el salón de primera para tranquilizar a la tripulación, con valses y piezas de rag. De allí, pasaron a la cubierta. Ninguno de los músicos quiso subir a un bote salvavidas. Parece que la última pieza fue Songe d’Automne de moda en 1912.

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