El agua es una llama mojada
(y) toda llama es
fruto del agua.
Novalis
El agua es cuerpo quemado
Balzac
Aguascalientes lleva en el nombre sus virtudes curativas y
en su paisaje el encendido vaho de sus grutas magmáticas. Aguas calientes,
fruto líquido de la fragua de Vulcano, aguas terapéuticas que regalan bochornos
exquisitos, aguas ricas en minerales para el baño apacible y la inhalación de
un vapor que apenas si se eleva, que flota a muy baja altura, que se cierne,
que repta con su cuerpo de emanación lechosa.
Abundante en aguas termales fue la zona, y de esa profusión
surge el conocido gentilicio formado con una voz griega y una voz latina: hydor (agua) y calidus (caliente).
Abundante también en hijos pródigos y en ilustres prohijados
fue la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de las Aguas Calientes.
Aquí nació y dejó correr sus primeros veinte años de vida
Ezequiel Adeodato Chávez Lavista, quien fuera más tarde dos veces rector de la
Universidad Nacional Autónoma de México. Y también aquí fue donde vio la
primera luz José Guadalupe Posada. Su museo ocupa la antigua casa cural del
templo del Señor del Encino, en el Barrio de Triana, escenario de los recuerdos
del hidrocálido Agustín Loera y Chávez, cuya persona (vida y obra) está
íntimamente ligada a la historia de la Escuela Bancaria y Comercial: fundador,
maestro y director de dicha institución, desde 1929 hasta 1961, Loera es además
autor de pequeñas pero exquisitas obras literarias, como Estampas provincianas (1953), libro encantador que se lee de una
sentada y que contiene las reminiscencias infantiles de quien también escribió El viajero alucinado (1945), crónica de
viajes de un provinciano cosmopolita (y que me valga el oxímoron, porque hay en
el alma de don Agustín la mezcla perfecta de ansia de terruño y ganas de
universo).
Aquí llegó (de Parral, Chihuahua), a los seis años de edad,
un niño llamado Alfonso Pérez Romo, quien se convertiría mucho tiempo después
en rector de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (1978-1980), y quien el
pasado 23 de mayo recibió, a sus 94 años de edad, el Premio Bona Gens, por su destacada trayectoria
y sus aportaciones al desarrollo científico, humanista, educativo, social y
cultural del Estado.
Aquí llegó, (de Fresnillo, Zacatecas), recién nacido, otro
niño muy despierto: Manuel. M. Ponce, quien compuso su primera obra, la hermosa
Danza del Sarampión, a los nueve años
de edad (mencionamos este suceso prodigioso para recordar el genio precoz de
quien luego sería reconocido como el padre del nacionalismo musical en México).
Y hemos de subrayar en la biografía de Ponce otro hecho que lo liga a Loera y
Chávez: el autor de Sonatina meridional
fue también cercano colaborador de la colección Cvltvra, selección de buenos autores antiguos y modernos amorosamente
confeccionada por Julio Torri y don Agustín (el músico participó como
prologuista y también con escritos y composiciones musicales).
Y también a esta ciudad hospitalaria llegó, igualmente
pequeño, el jerezano Ramón López Velarde, “poeta que en Aguascalientes pasó su
niñez y maduró su juventud”, cosa que nos recuerda el multicitado don Agustín.
Aguascalientes fue fundada el 22 de octubre de 1575, por
mandato de Felipe II, para recibir a los caminantes de la Ruta de la Plata, que
iban de Zacatecas a la Ciudad de México, cargadas sus mulas con el preciado
metal para el Virrey de la Nueva España. Hoy, esas aguas calientes a las que se
refiere su nombre ya no existen del todo, aunque todavía es posible visitar los
Antiguos Baños de Ojocaliente, que alivian el cansancio de los andariegos desde
hace doscientos años (pero no sólo el cansancio, aseguran los orgullosos habitantes,
sino también el reumatismo y la artritis).
Desde fines del siglo pasado, las aguas termales ya no
emergen por sí solas sino que son bombeadas desde depósitos profundos; pero, a
fin de cuentas, la temperatura sigue siendo muy alta, tan alta que debe ser
antes enfriada en grandes tanques, para que no dañe las tuberías ni escueza la
delgada epidermis de las señoritas y los señoritos que buscamos calmar nuestros
adentros con abluciones en las aguas de una ciudad que se describe a sí misma
como cálida y leal en su propio escudo heráldico: VIRTUS IN AQUIS, FIDELITAS IN
PECTORIBUS (Virtudes en las aguas y
fidelidad en los pechos).
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